miércoles, 14 de septiembre de 2005

Acuse de recibo

Hay veces en que la vida te da la razón subrepticiamente. Ese aviso es casi siempre para temblar. Ocurre algo y, más que un suceso, se trata de una advertencia: " en efecto, es como pensabas -parece decirte- no sigas por esa senda, no lo pienses demasiado, dedicate al amor y a tu blog ". Que la vida era un proceso aleatorio y absurdo ya lo sabía. Pensaba en ello y lo añadía a mi desdén por el trabajo y a mi teoría unificada sobre las mujeres. Pensaba en ello hasta que la metafísica se encarnó en un tropezón que mandó a una proba ciudadana debajo de la rueda de un autobús delante de mis narices. Después el conductor , con el cuerpo ya enquistado en el neumático, no supo si dar marcha adelante o marcha atrás. ¿ Qué se hace en estos casos?. El sindicato no le había prevenido contra este riesgo laboral. Se puso a chillar como un descosido. Las manos no le alcanzaban para abarcar su desgracia. Pero olvidó la moraleja principal del cuento: el protagonista del chiste podía haber sido otro. Somos sustituibles y Dios es un narrador omnisciente al que lo único que le importa es el texto. Alégrate porque se te ha concedido otro día para seguir leyendo y disfrutando este sainete cósmico. El resto de los que caminábamos al lado de la chica, lo captamos sin embargo al instante. Su muerte no fue un trágico accidente: fue una metáfora de la nuestra.

viernes, 9 de septiembre de 2005

Literatura

Es una esperanza absurda, pero siempre he creido que la literatura es la única baza con la que cuento para transformar mi vida. Tengo que escribir más y mejor. Mientras lo hago, mi vida ya es otra. Ahora tengo que redactar las reglas de un nuevo foro y tengo que escribirle a Mercedes. Su reacción dependerá de lo que yo escriba. Estoy pensando en recuperar a Junjos Holmes, el simio detective, para la ocasión. Tendré que convencerla de que su victoria en el concurso de cuentos del instituto fue circunstancial. Aparte de esto, debo escribir más, debo escribir en mayúsculas. Voy a dedicarme a acabar algunos cuentos pendientes aprovechando el bonus de vanidad que me ha proporcionado Juan Bonilla tras escribirme un email elogiando el que le dediqué. Espero estar ocupado, seguir escribiendo y que la racha no pare.

domingo, 4 de septiembre de 2005

Azar

No quería trabajar de día. En realidad nunca quise trabajar. Pero necesitaba el dinero y creí que durante la noche estaba a salvo de la subjetividad. Puestos a prostituirse, trabajar sin jefes y sin público es lo máximo a lo que se puede aspirar. Pero esta semana se me acabó el chollo: me cambiaron el turno. El lunes empecé de mañana y se desató la hoguera de las vanidades: clientes, opiniones, jefecillos, ordenes absurdas,compañeros, contraordenes, consejos, condescendencia,etc.
Hoy sin embargo, creí ver el sentido oculto de esta maniobra del destino. Mientras yo estaba en la caja cobrando a una vieja beata, entró Mercedes en el supermercado y se acercó hasta mi lado para coger un canasto. No la ví en un principio. Sólo tras levantarse después de agarrar el canasto me reconoció. Entonces Mercedes siempre me sonríe. No sé a quién sonríe, no a mí evidentemente: yo no soy el que ella cree que soy, yo no soy aquel chico de catorce años que le escribió mil cartas absurdas aquel verano cuando se marchó a Galicia. Ya hace mucho tiempo de eso y nunca hemos hablado. De cualquier manera, lo crea o no , ella me sonríe. Y se trata siempre de una sonrisa dulce que me deja indefenso como lo hacía cuando tenía quince años. Es una sonrisa tierna como diciendo que aún se acuerda. Claro, yo también me acuerdo. ¿ Cómo iba a olvidarlo?. Cada vez que me encuentro contigo zumba mi sentido arácnido. Las veces que nos hemos encontrado por ahí no he alcanzado más que a saludarte. Siempre estábamos de paso. Pero esta vez no, chica. Esta vez me has perturbado realmente. No he podido concentrarme más en la vieja beata y en la cuenta. Creo que he pasado productos que no existían por el scanner. Iba a abandonar la caja para buscarte por los pasillos del supermercado. Quería terminar la cuenta de la maldita vieja, pero después había otro carro lleno y otra vieja: no podía escapar. La vieja buscaba los céntimos en la talega que le servía de monedero con parsimonia cristiana. Daban ganas de abofetearla. Por primera vez he comprendido lo que decía Einstein del tiempo: cómo puede llegar a dilatarse. No sé cuántas veces habré girado el cuello buscando a Mercedes en la linea de caja hasta que he conseguido verla al otro extremo de donde me encontraba. Tenía que salir por la puerta principal, pasar por donde yo estaba , pero ¿y si había venido en coche y bajaba en ascensor hasta el parking?. No podía hacer nada, no podía dejar mi caja a mitad de un supercarro , de repenté me sentí burdamente alienado:¿ no es eso la explotación?, ¿ no es dejar que la belleza pase a centímetros de tí mientras al otro lado una anciana con un látigo te exige que te concentres en tu trabajo?.
Sin embargo, lo he conseguido: cuando Mercedes ya se marchaba con la compra, he abandonado mi puesto casi dos metros para gritar su nombre. Al oirlo, ella se ha girado y se ha acercado a mí. "¿ Tienes correo?", le he preguntado. Creo que me ha dicho que sí afablemente. Luego he arrancado de la impresora el ticket de la compra de la vieja beata y le he pasado el bolígrafo con el que los clientes firman los recibos de la Visa. Toda la cola se ha quedado esperando a que ella terminara de apuntar su dirección. Han sido sólo unos segundos de rebelión contra el capital. Suficientes y extraños.

viernes, 2 de septiembre de 2005

Working class

Trabajar es una tortura que puedo tolerar siempre que se realice en silencio. Hoy tenía a mi lado una compañera vociferando a mi lado: " Faltan 20 minutos ", " tenemos que acabar con esto antes de las nueve " , " son las 8 y 30 ". No había modo de que la tia se callara. Quizá pensaba que, a fuerza de repetirlas, las estupideces que decía iban a convertirse en realidad. Ni ibamos a terminar a las nueve ni pollas en vinagre: era sencillamente imposible que, siendo tan pocos, termináramos la tarea a tiempo. No se trataba de gritar: era una cuestión matemática. Pero la tia insistía obtusamente. No dije nada:¿ para qué?. Gracias al trabajo me he acostumbrado a oir gilipolleces desapasionadamente como el que oye llover. A veces me entra la risa y tengo que disimular porque, de repente, me embarga la sensación de estar protagonizando alguna obra del teatro del absurdo. Fascinating, que diría el otro.
A veces sin embargo, la tortura elige formas más dramáticas: yo, por ejemplo, sentado a la hora del desayuno con siete mujeres hablando de forma chusca. Cójase una conversación normal y añádase el ingrediente de la dietas que no funcionan , la ropita que me hace tan mona, el embarazo que es chachi, los anticonceptivos que me hacen engordar , los novios que son egoistas, las ofertas decorativas del Ikea y las reformas en el piso hipotecado. Después de esta sobredosis de metafísica femenina, tras terminar aceledaramente el desayuno, el trabajo me ha parecido en efecto una liberación.

Hipertexto

Somos seres esencialmente narrativos. Somos un personaje o un conjunto de textos en busca de un lector ideal. Hay quien lo llama amor y hay quien lo llama verdad, pero eso poco importa. Creemos que lo que hacemos puede ser entendido y otorgamos sentido a los textos de los demás. Pero los demás son una ficción y nuestro mayor anhelo es cuadrar el círculo.
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