lunes, 30 de junio de 2008
Búsqueda
sábado, 28 de junio de 2008
Mentira
martes, 24 de junio de 2008
Los nuevos sacerdotes
En cualquier caso, no es sorprendente que usted se haya estancado y se arrastre por los lugares comunes de la existencia aquejado de un virus que nosotros los psicólogos, acuñando un neologismo audaz, hemos denominado "síndrome de catatonia vital". Lo novedoso del asunto es que tiene remedio. Si bien es cierto que antes la vida era un cáncer que no llevaba a parte alguna excepto a la muerte, ahora el ascensor de la autorrealización está abierto para todos los inquietus de espíritu y lo bueno es que nunca se sabe adonde le puede conducir. Si no sabe cómo acceder a él, no se preocupe: los psicólogos conocemos todos los abracadabras. Lo importante es, sobre todo, que usted aprenda a desarrollar adecuadamente la energía de la autoafirmación.Eso le abrirá todas las puertas. Como ejercicio, colóquese delante del espejo y grite 1000 veces:" soy mejor de lo que pensaba que era y voy a demostrarlo con creces ". Recuerde, finalmente, que su vida es como un diamante en bruto y que su único deber moral es sacarle brillo constantemente.
Pese a no ir muy desencaminada, esta exposicición rozará para algunos la caricatura. De todas formas, ésa no es la cuestión. El problema es más bien otro. El problema radica en averiguar en qué momento ocurrió esto:¿ en qué momento la psicología pasó de ser un método de estudio de la conducta a convertirse en una nueva moral?, ¿ cómo han llegado los psicólogos a ser los nuevos sacerdotes?.
Y es que, durante la primera mitad de siglo xx, el ser humano para la psicología no fue otra cosa que una caja negra, una rata de laboratorio que recibía estímulos y producía respuestas. Lo más urgente era describir el comportamiento para poder así corregir los malos hábitos y prevenir la delincuencia.La psicología se reveló durante esos años como una manera científica y un tanto bruta de paliar la conflictividad social. Tanto era así que los reformatorios y los manicomios se nutrían principalmente de sus investigaciones. No es hasta después de la Segunda guerra mundial, con el boom económico y la consolidación de los grandes mercados, cuando surge esta nueva clase de "psicología humanista". De repente, dejamos de ser vistos como ratas y los seres humanos pasamos a ser ecosistemas complejos y actualizables con un potencial de evolucion infinito.Es justo éste el momento en el que empiezan a publicarse millones de revistas de autodesarrollo personal, surge la neurociencia y la genética molecular y la psicología empieza a convertirse en esa prima resabiada que en las cenas de familia siempre tiene respuestas para todo. Y así hasta el día de hoy.
Hoy, mientras la mayoría de las facultades pierden alumnos, psicología junto con derecho , son de las pocas que aumentan sus números.Los que estudian la carrera saben de sobra que la sociedad requiere de sus servicios. Hasta tal punto han tenido éxito los psicólogos infiltrándose en todas las esferas de lo social que prácticamente no existe ámbito que no esté tutelado por esta disciplina.En las revistas, en los atentados con bomba, en el instituto de la mujer o en la guardería, los psicólogos siempre nos están aclarando cómo ligar eficazmente, cómo superar el dolor con éxito, como ser una feminista de pro o cómo ser los padres del año. Porque a los psicólogos, igual que les ocurría a los padres de la iglesia, no hay nada que se les escape y, aunque no sean tan omniscientes, gozan también de una virtud que tradicionalmente se les adscribía a ellos: siempre te ponen en el buen camino. Del mismo modo, piensan que algo terrible tiene que haberte sucedido si dejas de visitarlos. Siendo tan imprescindibles como lo eran sus colegas con sótana, les sigue pareciendo un milagro que la vida haya podido desarrollarse alguna vez sin tutelas ni perdones.
Aliados cínicamente con el capital, dictando las reglas y fijando los precios del nuevo deber ser, los psicólogos nos venden sus mercaderías como un proceso de autoconocimiento o una liberación imprescindible.Con ese regalo, no sólo hipotecan nuestros sueños, sino que además contribuyen enormemente al deterioro de la responsabilidad individual.De repente, y por arte de magia, el crimen que hemos cometido realmente ya no consiste en la sangre que puede verse, sino más bien en no haber sabido exprimir adecuadamente todo nuestro potencial asesino.Por si fuera poco, con su mística del crecimiento ilimitado, la psicología nos roba precisamente lo único que podríamos usar para elevarnos por encima de las incertidumbres de la existencia: la calidad intrínseca de nuestros errores. Lo peor es que no nos damos cuenta. Lo peor, como decía Nietzsche, es que nos repugna la iglesia pero no su veneno.
jueves, 19 de junio de 2008
Irene Powers
Lo único que he conseguido con relativo éxito es que agite el mando de la Wii a modo de disparo. Ahí están los malos- le digo - corre , corre:dispara. Y cuando los malos mueren, es decir, cuando se transforman en monedas amarillas, me mira,sonríe y exclama: "más, más". Es su argumento favorito. Su filosofía dualista puede sintetizarse en dos palabras: " mío" y "más". Y ya está, eso es todo: dos simples palabras para describir el mundo. Todavía no me he puesto a reflexionar sobre las implicaciones metafísicas del asunto cuando, de repente, descubro que está intentando pulsar el botón de apagado del ordenador. Luego, cuando por fin se duerme, empiezo a pensar en cómo será mi sobrina cuando tenga mi edad o en cómo era yo cuando tenía la suya y repito mentalmente: " mío", "más".
domingo, 1 de junio de 2008
El Super Mario Galaxy es una obra de arte
Decía Baudelaire, ese pedante francés y notable fumador de opio, que existe una belleza en el presente que corremos el riesgo de perdernos si nuestra mente anda ocupada siempre con las obras de los museos. Hay algo que está ocurriendo aquí y ahora, una nueva forma de arte efímera y deslumbrante que pertenece a este tiempo concreto que vivimos. El presente tiene propuestas de belleza que con frecuencia pasan desapercibidas cuando no despiertan la risa o el desprecio general de la élites culturales.
No obstante, si sólo fuera una cuestión de cifras, el asunto podría soslayarse aludiendo a las ventajas espirituales de no sucumbir a la voracidad capitalista que pretende tenernos enchufados a la red como autómatas las 24 horas. En efecto, hay muchos que creen que ir al cine o leer un libro sigue siendo todavía una actividad más reflexiva , más prestigiosa y más humana que jugar a un videojuego. En estas actividades, el sujeto aún conserva cierta apariencia de libertad: abrir el periódico, mirar la cartelera, caminar hasta el cine, sentarse en la butaca mientras comienza la película o pasear por una librería hojeando volúmenes en el caso de la lectura, son ritos que parecen salvaguardar la autonomía del que los lleva a cabo. En este punto, no estaría de más recordarles a estos paladares exquisitos que ese romanticismo simbólico, que reafirma la identidad del sujeto frente a aquello de lo que no es más que un espectador pasivo, ha sido siempre un arma arrojadiza contra las nuevas modas idiotizantes. Para mi abuela leer un libro siempre fue más edificante que ir al cine. Sentarse dos horas en una butaca para que la bombardearan con una lluvia de imágenes, además de parecerle una estupidez, le producía un hastío inconfesable. Sólo unas décadas más tarde el cine empezaría a reclamar su sitio en el espacio de la creatividad colectiva. No es de extrañar por tanto que ahora nuestros padres teman a los videojuegos como al demonio e incluso prefieran la caja tonta a esa degeneración cultural.
Sin embargo, para los poseedores de una inteligencia abierta y un espíritu receptivo, los videojuegos no supondrán mayor peligro del que han supuesto otras revoluciones inquietantes del pasado. Ellos no sólo saben que los videojuegos han venido para quedarse, sino que han empezado ya a disfrutar de sus primeras obras de arte.