viernes, 27 de mayo de 2005

En media docena de bits


La ramplonería se extiende por todas partes y llegará pronto a ser la medida del espíritu humano. Literatura ramplona, política ramplona, asignaturas ramplonas, cine ramplón, poesía ramplona, amor ramplón. Increible la superficialidad de todas las propuestas que hoy se piensan importantes. Y pensar que estamos en el siglo XXI.
A estas alturas nuestro cerebro debería haber multiplicado exponencialmente su paleta de colores. Siguiendo la ley de Moore, tendría que haberse disparado hasta los 512 bits o alguna burrada similar para reproducir fielmente la profundidad de nuestro pensamiento. Resulta curioso comprobar sin embargo cómo las técnicas de representación de la realidad más avanzadas no van acompañadas de una metafísica que las iguale. Y es que la complejidad de lo que sentimos y pensamos asusta. Cada día es mayor el abismo entre lo que la tecnología permite y el nivel medio de nuestras cavilaciones. Nos sobran bits por todas partes. Un ordenador de hace diez años hubiera bastado para nuestro nivel de ajedrez actual y Deep Blue sencillamente se parte de risa. Empiezo a creer que efectivamente la historia se ha acabado, no porque ya no sucedan cosas o porque lo dijera Fukuyama, sino más bien porque ya tenemos suficientes bits. Para lo que tenemos que decir, no hacen falta más. Después de siglos de buscar las herramientas que nos permitan dominar el lenguaje de la física y después de haberlas encontrado, resulta que el valor y la densidad de nuestra cultura desaparece. Nuestra cultura empequeñece, ya cabe casi en un par de bits, en media docena de ceros y unos, en un cdrom para ser vendido los domingos con el periódico. ¿ Deconstruir la cultura?, ¿ para qué ?. Lo suyo sería formatearla.

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