martes, 24 de junio de 2008

Los nuevos sacerdotes

En el top manta de las metafísicas de andar por casa, auspiciada por esa noble curia que constituye la psicología actual, una de las que más vende es ésa que afirma que todo es posible. No sé si se lo han dicho ya, pero, a pesar de lo que parezca, usted no tiene límites. Usted puede ser mejor padre de familia,usted puede trabajar en equipo, usted puede llegar a ser un adulto maduro, usted puede incrementar su sociabilidad y sus orgasmos, usted puede conseguir otra novia que le comprenda y usted además, si se lo propone seriamente, puede cometer menos faltas de ortografía.En rigor, no le anunciamos nada nuevo. Ya sabemos que se trata de algo que en el fondo de su corazón usted siempre había intuido: usted tiene madera para más, su potencial, por así decirlo, es infinito.

En cualquier caso, no es sorprendente que usted se haya estancado y se arrastre por los lugares comunes de la existencia aquejado de un virus que nosotros los psicólogos, acuñando un neologismo audaz, hemos denominado "síndrome de catatonia vital". Lo novedoso del asunto es que tiene remedio. Si bien es cierto que antes la vida era un cáncer que no llevaba a parte alguna excepto a la muerte, ahora el ascensor de la autorrealización está abierto para todos los inquietus de espíritu y lo bueno es que nunca se sabe adonde le puede conducir. Si no sabe cómo acceder a él, no se preocupe: los psicólogos conocemos todos los abracadabras. Lo importante es, sobre todo, que usted aprenda a desarrollar adecuadamente la energía de la autoafirmación.Eso le abrirá todas las puertas. Como ejercicio, colóquese delante del espejo y grite 1000 veces:" soy mejor de lo que pensaba que era y voy a demostrarlo con creces ". Recuerde, finalmente, que su vida es como un diamante en bruto y que su único deber moral es sacarle brillo constantemente.

Pese a no ir muy desencaminada, esta exposicición rozará para algunos la caricatura. De todas formas, ésa no es la cuestión. El problema es más bien otro. El problema radica en averiguar en qué momento ocurrió esto:¿ en qué momento la psicología pasó de ser un método de estudio de la conducta a convertirse en una nueva moral?, ¿ cómo han llegado los psicólogos a ser los nuevos sacerdotes?.

Y es que, durante la primera mitad de siglo xx, el ser humano para la psicología no fue otra cosa que una caja negra, una rata de laboratorio que recibía estímulos y producía respuestas. Lo más urgente era describir el comportamiento para poder así corregir los malos hábitos y prevenir la delincuencia.La psicología se reveló durante esos años como una manera científica y un tanto bruta de paliar la conflictividad social. Tanto era así que los reformatorios y los manicomios se nutrían principalmente de sus investigaciones. No es hasta después de la Segunda guerra mundial, con el boom económico y la consolidación de los grandes mercados, cuando surge esta nueva clase de "psicología humanista". De repente, dejamos de ser vistos como ratas y los seres humanos pasamos a ser ecosistemas complejos y actualizables con un potencial de evolucion infinito.Es justo éste el momento en el que empiezan a publicarse millones de revistas de autodesarrollo personal, surge la neurociencia y la genética molecular y la psicología empieza a convertirse en esa prima resabiada que en las cenas de familia siempre tiene respuestas para todo. Y así hasta el día de hoy.

Hoy, mientras la mayoría de las facultades pierden alumnos, psicología junto con derecho , son de las pocas que aumentan sus números.Los que estudian la carrera saben de sobra que la sociedad requiere de sus servicios. Hasta tal punto han tenido éxito los psicólogos infiltrándose en todas las esferas de lo social que prácticamente no existe ámbito que no esté tutelado por esta disciplina.En las revistas, en los atentados con bomba, en el instituto de la mujer o en la guardería, los psicólogos siempre nos están aclarando cómo ligar eficazmente, cómo superar el dolor con éxito, como ser una feminista de pro o cómo ser los padres del año. Porque a los psicólogos, igual que les ocurría a los padres de la iglesia, no hay nada que se les escape y, aunque no sean tan omniscientes, gozan también de una virtud que tradicionalmente se les adscribía a ellos: siempre te ponen en el buen camino. Del mismo modo, piensan que algo terrible tiene que haberte sucedido si dejas de visitarlos. Siendo tan imprescindibles como lo eran sus colegas con sótana, les sigue pareciendo un milagro que la vida haya podido desarrollarse alguna vez sin tutelas ni perdones.

Aliados cínicamente con el capital, dictando las reglas y fijando los precios del nuevo deber ser, los psicólogos nos venden sus mercaderías como un proceso de autoconocimiento o una liberación imprescindible.Con ese regalo, no sólo hipotecan nuestros sueños, sino que además contribuyen enormemente al deterioro de la responsabilidad individual.De repente, y por arte de magia, el crimen que hemos cometido realmente ya no consiste en la sangre que puede verse, sino más bien en no haber sabido exprimir adecuadamente todo nuestro potencial asesino.Por si fuera poco, con su mística del crecimiento ilimitado, la psicología nos roba precisamente lo único que podríamos usar para elevarnos por encima de las incertidumbres de la existencia: la calidad intrínseca de nuestros errores. Lo peor es que no nos damos cuenta. Lo peor, como decía Nietzsche, es que nos repugna la iglesia pero no su veneno.

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