Decía Baudelaire, ese pedante francés y notable fumador de opio, que existe una belleza en el presente que corremos el riesgo de perdernos si nuestra mente anda ocupada siempre con las obras de los museos. Hay algo que está ocurriendo aquí y ahora, una nueva forma de arte efímera y deslumbrante que pertenece a este tiempo concreto que vivimos. El presente tiene propuestas de belleza que con frecuencia pasan desapercibidas cuando no despiertan la risa o el desprecio general de la élites culturales.
No obstante, si sólo fuera una cuestión de cifras, el asunto podría soslayarse aludiendo a las ventajas espirituales de no sucumbir a la voracidad capitalista que pretende tenernos enchufados a la red como autómatas las 24 horas. En efecto, hay muchos que creen que ir al cine o leer un libro sigue siendo todavía una actividad más reflexiva , más prestigiosa y más humana que jugar a un videojuego. En estas actividades, el sujeto aún conserva cierta apariencia de libertad: abrir el periódico, mirar la cartelera, caminar hasta el cine, sentarse en la butaca mientras comienza la película o pasear por una librería hojeando volúmenes en el caso de la lectura, son ritos que parecen salvaguardar la autonomía del que los lleva a cabo. En este punto, no estaría de más recordarles a estos paladares exquisitos que ese romanticismo simbólico, que reafirma la identidad del sujeto frente a aquello de lo que no es más que un espectador pasivo, ha sido siempre un arma arrojadiza contra las nuevas modas idiotizantes. Para mi abuela leer un libro siempre fue más edificante que ir al cine. Sentarse dos horas en una butaca para que la bombardearan con una lluvia de imágenes, además de parecerle una estupidez, le producía un hastío inconfesable. Sólo unas décadas más tarde el cine empezaría a reclamar su sitio en el espacio de la creatividad colectiva. No es de extrañar por tanto que ahora nuestros padres teman a los videojuegos como al demonio e incluso prefieran la caja tonta a esa degeneración cultural.
Sin embargo, para los poseedores de una inteligencia abierta y un espíritu receptivo, los videojuegos no supondrán mayor peligro del que han supuesto otras revoluciones inquietantes del pasado. Ellos no sólo saben que los videojuegos han venido para quedarse, sino que han empezado ya a disfrutar de sus primeras obras de arte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario