En las pocas entrevistas que concedió, Freddie siempre se mostraba como un tipo impaciente y nervioso que no parecía comprender las fórmulas y las convenciones del periodismo. Cuando su interlocutor intentaba indagar de forma seria en lo que suponía despertarse todas las mañanas siendo una estrella del rock, Freddie solía atajarlo con alguna de sus más célebres frases: "oh dear: Im just a musical prostitute ". Intentaba así frenar todo atisbo posible de trascendencia. Freddie odiaba la trascendencia. pero lo que más odiaba sin duda era el aburrimiento.
Extravagante, cariñoso, pasional y excesivo, Freddie Mercury fue durante toda su vida la antítesis del aburrimiento. Los que lo conocieron hablan de su personalidad devoradora y de su gran energía. Siempre que hablan de él sin embargo, flota en el ambiente el vacío como una aguja. Sorprende ver a Montserrat Caballé, una gran señora de la ópera, casada y con hijos, catalana y conservadora, tan ajena al mundo personal y musical de Freddie por otra parte, alabar su figura, hondamente conmovida por su pérdida. . El vacío se palpa en sus comentarios, en su mirada y en la de muchos otros, y esa oscuridad se antoja tan grande que cuesta aceptar que el mundo pueda volver a ser mismo.
Decía C.S. Lewis en ese famoso librito que escribió tras la muerte de su esposa, que la idea de que la vida continuaba y podía volver a ser la misma le parecía simplemente una ofensa. ¿ Cómo podría ser ya la vida nunca igual sin el tacto de su esposa, sin su ironía, sin sus ganas de vivir y sin esa costumbre dulce que tenía de contradecirlo ?, ¿ qué mente enferma podría aceptar eso?. Nadie que haya amado sinceramente puede aceptar que el mundo pueda volver a ser el mismo tras la pérdida del objeto de su amor. El respeto que nos merecía lo que amábamos es demasiado alto. No: el mundo es mucho más pobre ahora, infinitamente más oscuro. El vacío ha crecido. Ahora que no está, todos somos conscientes de que la suerte se acabó. Nos queda el recuerdo pero el recuerdo de la vida no puede compararse con la vida.
Cada vez que oigo a Freddie Mercury, me invade ese mismo vacío. No es que me apasione su música, no es que me emocione su vitalidad y su desgarradora voz: es que me cuesta aceptar que la fuente de tanta belleza ya no exista y entonces, a medida que la canción avanza, las fuerzas me abandonan. La estela que la muerte de un ser tan genial deja en la existencia de los demás es desoladora. Nos deja a solas con nuestra mediocridad y al mismo tiempo sin poder disfrutar un minuto más de su talento.
Rara vez suelo llorar. Ni siquiera soy mitómano. Pero Freddie Mercury me hace siempre llorar. Escucho una canción tan arrolladora e ingenua como "I was born to love you" y comprendo de inmediato que detrás de ese terremoto hay un hombre escupiéndole en la cara al vacío. Toda la vida enseñándonos que el texto y el autor son cosas distintas y ahora resulta que no , que hay ocasiones en que el arte y la vida confluyen hasta tal punto que no pueden distinguirse. Separarlos es una operación quirúrgica de gran riesgo y no vale la pena. La vida y la obra se parasitan ciegamente y el resultado es un talento que escapa a la comprensión y conjura el vacío a la vez que lo despierta.
Hay ocasiones, raras ocasiones, en que la vida justifica el arte y detrás de cada canción puede palparse el coraje de una biografía síngular, un espíritu gay y burlón que insiste en desafíar con su descaro al aburrimiento mortal de la existencia. Pensar que Freddie Mercury era sólo una estrella del rock es como pensar que un hombre sólo puede ser un hombre. Demasiado aburrido.
Extravagante, cariñoso, pasional y excesivo, Freddie Mercury fue durante toda su vida la antítesis del aburrimiento. Los que lo conocieron hablan de su personalidad devoradora y de su gran energía. Siempre que hablan de él sin embargo, flota en el ambiente el vacío como una aguja. Sorprende ver a Montserrat Caballé, una gran señora de la ópera, casada y con hijos, catalana y conservadora, tan ajena al mundo personal y musical de Freddie por otra parte, alabar su figura, hondamente conmovida por su pérdida. . El vacío se palpa en sus comentarios, en su mirada y en la de muchos otros, y esa oscuridad se antoja tan grande que cuesta aceptar que el mundo pueda volver a ser mismo.
Decía C.S. Lewis en ese famoso librito que escribió tras la muerte de su esposa, que la idea de que la vida continuaba y podía volver a ser la misma le parecía simplemente una ofensa. ¿ Cómo podría ser ya la vida nunca igual sin el tacto de su esposa, sin su ironía, sin sus ganas de vivir y sin esa costumbre dulce que tenía de contradecirlo ?, ¿ qué mente enferma podría aceptar eso?. Nadie que haya amado sinceramente puede aceptar que el mundo pueda volver a ser el mismo tras la pérdida del objeto de su amor. El respeto que nos merecía lo que amábamos es demasiado alto. No: el mundo es mucho más pobre ahora, infinitamente más oscuro. El vacío ha crecido. Ahora que no está, todos somos conscientes de que la suerte se acabó. Nos queda el recuerdo pero el recuerdo de la vida no puede compararse con la vida.
Cada vez que oigo a Freddie Mercury, me invade ese mismo vacío. No es que me apasione su música, no es que me emocione su vitalidad y su desgarradora voz: es que me cuesta aceptar que la fuente de tanta belleza ya no exista y entonces, a medida que la canción avanza, las fuerzas me abandonan. La estela que la muerte de un ser tan genial deja en la existencia de los demás es desoladora. Nos deja a solas con nuestra mediocridad y al mismo tiempo sin poder disfrutar un minuto más de su talento.
Rara vez suelo llorar. Ni siquiera soy mitómano. Pero Freddie Mercury me hace siempre llorar. Escucho una canción tan arrolladora e ingenua como "I was born to love you" y comprendo de inmediato que detrás de ese terremoto hay un hombre escupiéndole en la cara al vacío. Toda la vida enseñándonos que el texto y el autor son cosas distintas y ahora resulta que no , que hay ocasiones en que el arte y la vida confluyen hasta tal punto que no pueden distinguirse. Separarlos es una operación quirúrgica de gran riesgo y no vale la pena. La vida y la obra se parasitan ciegamente y el resultado es un talento que escapa a la comprensión y conjura el vacío a la vez que lo despierta.
Hay ocasiones, raras ocasiones, en que la vida justifica el arte y detrás de cada canción puede palparse el coraje de una biografía síngular, un espíritu gay y burlón que insiste en desafíar con su descaro al aburrimiento mortal de la existencia. Pensar que Freddie Mercury era sólo una estrella del rock es como pensar que un hombre sólo puede ser un hombre. Demasiado aburrido.
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