lunes, 27 de junio de 2005

El clic


Los nazis ya lo sabían: el mejor modo de matar a alguien sin que a nadie le importe es incluirlo en un colectivo. No es un recurso que inventaran ellos, pero para matar a tantas personas impunemente tuvieron que perfeccionar el concepto de la amenaza judía. Al fin y al cabo, los asesinos nunca lo son tanto que puedan permitirse matar con sus manos desnudas de conceptos. Tal vez los asesinos militantes, los psicópatas, no necesiten una excusa, pero no ocurre así con la gran mayoría de carniceros de fin de semana que , al no haber salido nunca de caza, necesitan doble equipamiento.
Para despreciar a un hombre siendo un hombre, hay que valerse de una idea desprovista de humanidad.Un colectivo bien puede servir y puede encarnar fácilmente el mal. De hecho, una idea fuertemente arraigada en el "inconsciente colectivo " es la de que odiar a un colectivo no es odiar a alguien en concreto, sino luchar contra la idea que representa. En un mundo tan dado al idealismo revolucionario como el nuestro no es de extrañar que un pensamiento tan romántico haya prosperado e incluso exista gente que haya visto a las ideas caminando solas por la calle, taciturnas, paseando entre los mortales a altas horas de la madrugada, poseyendo cuerpos, creando políticas. Pero no: los hombres son la tierra donde se siembran los conceptos y éstos nunca florecen de forma aislada. El fruto de la tierra no puede desligarse de la mano que sembró y , si se corta ese lazo, nacen monstruos.
Veo diariamente a esos animales creciendo, las yemas ya brotadas, observo continuamente ese desprecio genérico en las miradas y en las conversaciones de la gente. A veces incluso puedo reconocer en mí esa misma semilla nutriéndose de mis vísceras, pugnando por sacar la cabeza en cada desencuentro que tengo con una persona. En algún momento, en algún eslabón de la cadena de esta historia salta un clic y el odio se toma su presa. Casi inaudible para quien no esté atento, ese pequeño sonido macabro determinará el futuro objeto de nuestro odio y el hecho de que, en adelante, ya nunca más nos volvamos a enfrentar a una persona con rasgos reconocibles y una biografía particular sino a la encarnación física de algún ejército del mal que debe ser destruido. Azuzados por los medios de comunicación y contagiados por la electricidad estática que flota en el ambiente, no resultará difícil entonces entregarse a esa tarea noblemente como hacen los héroes, como hicieron los nazis.
La diferencia entre este mundo y el peor de los posibles es sólo de un clic. No es un abismo lo que nos separa como piensan los optimistas, sino sólo un minúsculo escalón, un pequeño grado. Constantemente bordeamos esa frontera como un niño que juega con su bicicleta cerca del precipicio. Aunque no está en su ánimo la idea de caer, sí el deseo de asomarse y comprobar su hondura. Así vivimos los hombres también ,confiados, asomándonos continuamente a la oscuridad, jugando siempre al límite, creyendo que siempre podremos regresar.
Pero caer a nuestra edad no tendrá excusa ahora que ya somos nuestros padres.

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