domingo, 29 de marzo de 2009

Nunca

Mi ex me llama para que la recoja con el coche porque está lloviendo. Baja del edificio y le abro la puerta. Nos quedamos dentro del coche. Empieza a contarme cosas de su trabajo, de sus compañeros , del pasaporte que le caduca. Me lo cuenta todo con esa dulzura que la caracteriza, con un candor que no parece de este mundo. Yo no arranco el coche. Afuera sigue chispeando y yo me quedo mirándola. S. enumera trivialidades de un modo que jamás he visto en otra persona. Nada de lo que dice me importa demasiado pero su modo de narrar es delicioso y dispara el vértigo en mi memoria. En algún momento de la conversación quiero detenerla, para decirle precisamente esto: que no entiendo cómo, a pesar de nuestras pasadas discrepancias, su voz me reconforta tanto. Luego S. me habla de regresar a su país, que es algo que le obsesiona desde el primer día que pisó suelo español. Le digo que no se vaya, porque, si se marchara definitivamente, tendría que cruzar el océano para visitarla. ¿ Para qué? - me dice - si tú y yo ya no somos nada. ¿ Y eso qué importa? -le digo. S. empieza a reir. Parece que nunca me voy a librar de ti- sentencia.

No digo nada. Me quedo mirando el flequillo de S. pensando en si ese nunca significa que nunca podremos estar juntos o si más bien lo que ocurre es que nunca podremos dejar de vernos.

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