En general odio los autobuses. Sobre todo los urbanos, los que realizan trayectos cortos que no superan la media hora y despiden siempre un olor a prisa y a sobaco. También los vacíos. Puede resultar contradictorio pero nada hay más anodino que un autobús con una alta proporción de asientos vacíos.
Los autobuses que prefiero son los que recorren distancias interurbanas, los que tardan al menos una hora en cumplir con su trayecto. Siempre salen de la estación de la ciudad de origen y la gente se agolpa en los andenes a la espera de que el conductor abra la puerta del maletero para poder colocar sus mochilas. Casi siempre van llenos y los pasajeros guardan cola para intentar pillar un sitio libre, un hueco de dos asientos que les permita estirarse o viajar sin ninguna compañía. Pero eso a veces resulta imposible y entonces hay que compartir el viaje con un extraño que se sentará a tu lado.
Y eso que , para la mayoría de la gente , es una incomodidad, a mí me resulta interesantísimo. Ya desde el principio, sopesando la cantidad de gente que aguarda, imagino lo que más tarde ocurrirá y empiezo a barajar mis opciones. Ya que tengo que sentarme con alguien, procuro que sea guapa. Me fijo en el abanico de mujeres que, como yo, están esperando el autobús y voy descartando por ropa , por acento, por maquillaje, por sonrisa. Luego espero que todas estén sentadas y elijo el mejor hueco. No es necesario pedir cita ni aparentar ser simpático: estás a 20 centímetros del rostro de una desconocida, una chica que decidirá mirar por la ventana si giras un poco la cabeza hacia su lado . No sólo es erótico: se trata de una situación obscena. ¿ Qué otra situación te permite sin esfuerzo alguno casi rozar la piel de una mujer extraña?.
A mi primera novia la conocí en el autobús. Era pelirroja y me llamó la atención en el andén por su vestimenta hippie y su aire desenfadado. Me senté con ella a propósito y cuando llegamos a Marbella ya llevábamos un rato de agradable cháchara que continuamos más tarde en un parque. Por supuesto fui yo el que inició la conversación. Su mérito consistió en seguirme el juego dulcemente.
Creo que desde entonces siempre me han fascinado las emboscadas, los ascensores y las situaciones extremas.Supongo que para muchos será un fastidio tanta humanidad, pero en un mundo tan laxo y superficial como en el que vivimos , yo a veces echo de menos la presión de los espacios cerrados. Por no decir que no sentir curiosidad por el prójimo así ofrecido me parece de bárbaros. No quiero decir con esto que siempre haya tenido suerte. Digo que yo al menos seguiré dándome el lujo de elegir, de observar y que la cordialidad es el principio de todos los erotismos.
domingo, 31 de julio de 2005
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